Si usted piensa que vive en una sociedad completamente libre, no lea ni una línea más de este reportaje. Y es que la realidad es terrible: la tecnología ha mejorado nuestras vidas al tiempo que ha permitido al poder en la sombra controlar y vigilar todos nuestros movimientos.
No es un lugar paradisíaco. Apenas hay unos pocos senderos naturales, un molino de esos que crujen al rotar y un jardín repleto de esculturas más bien feas. Ahora bien, la empresa propietaria de la isla –Ayers Island LLC– ha decidido convertirla en lugar de destino para jóvenes que deseen pasar un par de días ocupados y distendidos, matando el rato entre conciertos y excursiones. En definitiva, un lugar ideal para vacaciones cortas de estilo rural con precios por los suelos.
Pero la isla Ayers es una suerte de ensayo para el mundo que viene. Quizá dentro de veinte, treinta o cien años, todo el mundo se parecerá a este siniestro islote situado en un meandro del río Penobscot, a la altura de Orono, Maine (Estados Unidos). Sus dueños la han llamado también “Isla Inteligente” y trabajan junto con los investigadores de la Universidad de Maine para convertirla en un modelo a seguir. Y lo hacen, por supuesto, con dinero oficial; con dinero del contribuyente. A los visitantes, eso sí, se les advierte nada más atracar en el pequeño puerto o justo al atravesar el puente que llega hasta el lugar: “La vigilancia a la que estará sometido es mayor a la que existe en cualquier otra parte”, reza el cartel de bienvenida. Pero el experimento consiste en que el turista ni siquiera lo perciba…
Los ensayos comenzarán este mismo verano. Ahora, todos los rincones de la isla están atiborrados de cámaras de vigilancia, sensores de movimiento, micrófonos ocultos y chips para el espionaje. Es tecnología de penúltima generación. Y es que el plan consiste en ir incrementando poco a poco la capacitación ténica de la red de vigilancia del lugar. Han decidido los dueños del enclave que éste es el mejor método para investigar. “Es un inmenso proyecto de vigilancia cuyo objetivo consiste en detectar a los individuos que visiten la isla y someterlos a seguimiento si los instrumentos detectan alguna coducta sospechosa”, indica George Markowsky, el presidente de la empresa que gestiona el proyecto.
Las cámaras filmarán el rostro de los visitantes; los micrófocos, la voz; y los sensores, los movimientos. Todo queda registrado en un software que analiza los datos en conjunto y los cruza con bases de datos que contienen referencias personales de millones de norteamericanos. Al tiempo, los programadores han introducido en el ordenador central una serie de parámetros que identificarían el tipo de movimientos y actos previos a algún tipo de delito. De captar alguna anomalía, los sistemas de vigilancia pondrán una imaginaria “alerta roja” sobre el sujeto y ya no podrá dar un paso sin que los espías electrónicos lo capten, puesto que los equipos de vigilancia reconocerán las anomalías y concentrarán sus esfuerzos en perseguir al sospechoso.
Algunos expertos han alzado la voz, tal es el caso del abogado Cedric Laurant, del “Centro de Información sobre Privacidad Electrónica” de Washington: “Las cámaras de vigilancia ponen nerviosa a la gente, que aprende a cambiar sus conductas para ceñirse a las normas convencionales. Todo esto conduce a un aumento en la discriminación de aquellos individuos que no se ajustan a esas normas por diferentes motivos no relacionados con la delincuencia”. Pero nada se puede hacer ya, puesto que dentro de unos años el mecanismo que se está ensayando allí será exportado a otros enclaves cada vez mayores. Y es que no es casualidad que una universidad patrocine el proyecto de crear un poder omnipresente que vigile y controle todas las acciones –y no sólo las delictivas, sino también las alternativas a las convencionales– al estilo del “Gran Hermano” que todo ve, todo oye y todo siente, que describió George Orwell en su novela futurista 1984, en la que criticaba al futuro poder por procurar el desarrollo de medios tecnológicos directamente encaminados a mantener a la población dentro del redil.
Los ciudadanos, espiados
Todos estos proyectos están siendo subvencionados por agencias gubernamentales ligadas al Pentágono y al Departamento de Seguridad Interior, un nuevo ministerio creado por los actuales gobernantes estadounidenses, que creen que este tipo de sofisticada vigilancia permitirá luchar contra el terrorismo y la delincuencia. “El gobierno está dispuesto a espiar a fondo a sus ciudadanos”, escribe Alberto de las Fuentes en Ariadna. Cierto es: tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, la Casa Blanca ha respaldado decenas de proyectos que tienen por objeto someter a los ciudadanos a un estricto control. Diversas organizaciones progresistas denuncian que la fiebre por el espionaje tecnológico ya ha empezado a recortar libertades civiles y privacidad. Pero para George Bush y los suyos no importa: menos libertades sí, pero a cambio de más seguridad.
Todo empezó –o más bien, se aceleró, porque los avances tecnológicos al respecto son imparables desde hace años– con la proclamación de la llamada Ley Patriótica por parte de John Aschroft, el secretario de Justicia de Estados Unidos. Esa normativa, encaminada a proteger al país del terrorismo, permite a las autoridades acceder a todas aquellas bases de datos posibles. Por ejemplo, a nuestras compras o a nuestros gustos de lectura. Sin ir más lejos, facilita a la policía pedir el registro de retirada de libros de una biblioteca para averiguar si un mismo lector lee –a partir de tres obras consultadas se levanta la alarma– libros críticos con el poder, la guerra o la política internacional del país, respecto a la lucha contra sus “enemigos”.
Al hilo de la Ley Patriótica se han desarrollado proyectos siniestros. El primero de ellos recibió el nombre de TIA –Total Information Awareness, en español “Conocimiento Total de la Información”–, que sin embargo tuvo que ser cancelado en el congreso al recibir numerosas críticas sociales por atentar contra la privacidad. Sin embargo, de inmediato se abrió la iniciativa Matrix –ver recuadro– que promueve la posibilidad de crear una base de datos sobre los ciudadanos, en donde aparezca absolutamente todo sobre ellos. De estos listados surgirían los pieglos con los nombres de sospechosos que serán considerados como tal, aun no existiendo constancia de que hayan cometido delito alguno.
Es DARPA –“Agencia de Proyectos de Investigaciones Avanzadas de Defensa”– el organismo oficial que encarga los nuevos estudios. Sus expertos calculan que, tecnológicamente, todos los proyectos actuales de vigilancia social estarán concluidos para dentro de veinte años. Para entonces, la libertad será completamente vigilada. Lifelog es el nombre de uno de esos proyectos, bajo el cual se aglutina toda la información personal –datos económicos, licencias de conducir, trabajo, fichas médicas, etc– junto a otras referencias puramente personales –gustos de lectura, filiación étnica, religiosa o política, relaciones personajes, comunicaciones íntimas captadas en Internet, etc– que servirán para dividir a la sociedad entre individuos “deseables” y “no deseables”.
Millones de sospechosos
Una de las grandes críticas que se efectúan es relativa al criterio utilizado para considerar que alguien puede pertenecer al listado de sospechosos –terroristas fundamentalmente–. De hecho, los nuevos mecanismos implantados en aviones y barcos por el Departamento de Seguridad Interna clasifican a los viajeros que ingresan en Estados Unidos según un código de colores. Esa clasificación reserva el color rojo para aquellos que según el ordenador que facilita los datos deban ser especialmente vigilados. Lo grave es que la “alerta roja” se aplica sobre el 2% de los viajeros, con lo cual podríamos considerar que en cada avión viajan una media de cinco posibles “insurgentes”. Extrapolándolo a aeropuertos como el JFK de Nueva York, tenemos que en tres días entrarían al país, sólo a través de esta “puerta”, 10.000 posibles terroristas. Siendo el terrorismo un delito a perseguir, es imposible que el número de activistas sea tan elevado y, por tanto, tal aberración numérica indica que la mayor parte de los individuos señalados con el color rojo son “indeseables” por otros motivos diferentes a los que deberían ser. ¿Cuáles? Se desconoce.
Este proyecto al que nos referimos es el llamado CAAPS II –“Preinspección de Pasajeros Asistida por Ordenador”–, que se puso en marcha a finales del año 2003 y que obliga a casi todos los visitantes que entran en EEUU a colocar su dedo sobre un scaner digital –y a posar frente a una cámara también digital–. Gracias a este mecanismo de filiación de referencias biométricas, los parámetros se cruzan con inmensas bases de datos de modo que, en cuestión de segundos, se sabe todo o casi todo sobre el turista que entra en un país. Al año lo hacen 100 millones: ¿qué criterios se utilizan para determinar que entre ellos hay dos millones que pueden ser objeto de seguimiento policial? Sin duda, esos indicios van mucho más allá de los puramente relacionados con la lucha antiterrorista.¿Acaso entran ahí quienes proponen críticas abiertas a los modelos de gobierno imperantes.
¿Ciencia ficción?
Las tecnologías que sorportan estos proyectos a veces rayan la ciencia ficción. Los tiempos de Echelon se han quedado atrás… Y es que dicho proyecto buscaba rastrear todas las comunicaciones en busca de pistas indicativas de delito. Ahora, el espionaje electrónico se aplica a las pautas de los ciudadanos, por ejemplo en Internet. Se ha creado a la sombra del FBI la Policía Cibernética, que rastrea no sólo los contenidos de las millones de páginas web, sino también todas las visitas que a las mismas pueden realizar ciudadanos de todo el mundo. Gracias a esto, se controlan los hábitos y constumbres de todos ellos.
Escandaloso resultó el descubrimiento efectuado en el año 2002 por varios informáticos que averiguaron que el nombre clave de la contraseña de los ordenadores de Windows de Microsoft era NSA, las siglas de la “Agencia de Seguridad Nacional” norteamericana. Para los expertos, las características informáticas de ese código permitían a los espías electrónicos acceder por una “puerta trasera” al 90% de los ordenadores de todo el mundo. Además, mediante la misma clave se envían por red datos sobre el usuario de un ordenador personal que pasan a ser controlados por las bases de datos centrales. Microsoft ha negado que dicha “puerta trasera” exista, si bien son cada vez más frecuentes las sospechas sobre un pacto entre la empresa informática –la más grande del mundo– y el gobierno de los Estados Unidos. De ser cierto, en las altas esferas del poder estarían en disposición de saber todo sobre nosotros, por ejemplo, el contenido de este artículo antes, incluso, de su publicación.
La vigilancia de nuestros movimientos se extiende, también, al mundo espacial. Se están desarrollando satélites capaces de tomar imágenes al detalle de cualquier persona perfectamente ubicada gracias a chips o señales de GPS. Cuando en tiempos se decía a modo de mito que las cámaras de un satélite pueden captar una pelota de golf como si etuviera a un metro, seguramente quien lo hacía se estaba haciendo eco de una leyenda urbana. Pero ya no es así: de ello se encarga el NRO –“Oficina de Reconocimiento Nacional”–, organismo oficial que gestiona a los “espías cósmicos”. Tampoco es un mito aquello de que las cámaras de vigilancia pueden captarnos sin ropa, como si estuviéramos desnudos. Esas cámaras ya existen… Y es que el peligro está en que la población –en función del miedo a la falta de seguridad transmitida por las autoridades– se deje incluso desnudar: “La gente no comprende el peligro de entregar todos esos datos… A estas alturas, es demasiado tarde”. Y es que mientras prosigue el debate sobre la privacidad y la libertad vigilada, los experimentos científicos encaminados a convertir en realidad el “Gran Hermano” prosiguen: varios científicos de origen soviético de la Universidad de Maine han desarrollado un sistema de matriculación de coches más que singular. Gracias al mismo se incluyen mediante el uso de sales de plata una serie de códigos microscópicos en la propia matrícula que incluyen infinidad de datos sobre el portador del vehículo. Cuando esté desarrollado, el proyecto será entregado al gobierno, que lo implementará en todas las matrículas. El problema es que se desconoce qué tipo de datos se grabarán en esa película invisible que puede ser fotografiada mediante cámaras especiales y que porta un chip de localización que permite que las autoridades sepan dónde estamos en cada momento. Si alguien lo duda, que ya no lo haga: a base de buscar seguridad hemos puesto en riesgo nuestra libertad.
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