sábado, 22 de septiembre de 2012

la Santa Compaña

A mediados del siglo XIX, el padre Sarmiento rescató del vocabulario gallego el nombre de “compaña”, palabra que en origen hace referencia a una procesión que tiene como cometido acompañar un entierro celebrado en la parroquia local. Pero fue solo el comienzo…
El padre Sarmiento recogió en su viaje a Galicia muchas más voces sobre este mito del mundo rural gallego: hostia, ostea, hueste o estantigua. Términos que venían a describir un mismo género de fantasma nocturno. Efectivamente, en el Diccionario gallego-español (1863) de Francisco J. Rodríguez encontramos que “compaña” significaba ya entonces en una segunda acepción “hueste”, lo mismo que “estadiña” y “estantigua”. No obstante dependiendo del área geográfica, la creencia popular habla de as xans, a comunidad, a recua, recula, roldiña… lo que confirma la antigüedad del origen de la creencia.
 
En el imaginario gallego con esta definición se trata de describir una reunión de almas, generalmente cinco, que se congregan formando una suerte de cortejo fúnebre que parte siempre de la iglesia vecinal pasada la medianoche, para luego dirigirse a los lugares emblemáticos de la parroquia hasta que canta el gallo. Existen una serie de prerrogativas que deben ser cumplidas para que dicha visión pueda ser llamada “compaña”: primero, que siempre debe incluir entre sus procesionarios la figura de un cojo o tullido; y segundo, que cada cofrade fantasmal debe ocuparse de una tarea: uno llevará la cruz, otro el estandarte, otro el caldero con agua bendita, otro la campanilla, y un último la linterna o el farol que acompañará el viático.

Sin embargo, y a tenor de los testigos, no necesariamente la procesión de ánimas se reduce a cinco. Existen testimonios directos como el de Josefa Romero, que nos muestran cómo siendo niña, allá por los bosques de Moaña, vio junto a su madre una larga hilera de sombras cubiertas con túnicas de color negro que podían contabilizarse en torno a la treintena. Lo más llamativo es que Josefa dijo en su día que una de las figuras se correspondía con una mujer mayor del pueblo que ni siquiera reparó en su presencia. Sea como fuere esta buena mujer falleció al poco tiempo a consecuencia de un rayo.
 
El cortejo de los muertos

Retomando las obligaciones contraí-das con lo sobrenatural, estas deter-minan que el que lleva la cruz es quien debe, pasada la medianoche, salir primero en busca de la misma a la iglesia. Durante varias veces al que lleva la cruz le sigue un ánima que va dando redobles de tambor, elemento este a tener en cuenta ya que al fúnebre cortejo se adhiere un vecino de la parroquia cuando está próxima su muerte, distinguiéndose por ser quien lleva la vela más pequeña y camina de ordinario inmediatamente detrás del féretro. Hay quien justifica que este es el verdadero motivo de que se forme la “compañía”, pues su fin es pronosticar la muerte con un año de antelación. Algunas voces son más concretas y señalan que la “Santa Compaña” tiene tres citas con el vecino que está a punto de morir, desenlace que tiene lugar pasada la tercera.
 No interponerse en su camino ni mirarla; hacer un círculo de protección y quedarse en su interior; rezar sin prestarle atención; echarse boca abajo y, permaneciendo quietos, aguardar a que pase… Los anteriores son sólo algunos de los trucos para protegerse de la Santa Compaña, siniestra procesión que acarrea desgracias –incluso la muerte– a quien tiene el infortunio de cruzarse con ella. Pero, ¿qué hay de cierto en todo esto? Los testimonios que les ofrecemos ilustran con sobrecogedores relatos uno de los fenómenos más inquietantes de la tradición popular española.
 
Una serie de rasgos y tópicos coinciden en describir a la Santa Compaña de la siguiente manera. Así, se trata de una procesión de figuras con sudarios y túnicas, encapuchadas. A la cabeza, el patrón lleva una cruz y un caldero con agua bendita. Los demás le siguen portando velas que a veces se ven y a veces no se ven pero, en cualquier caso, se intuyen por el envolvente aroma a cera. Van entonando cánticos y oraciones. Cuando se presentan, el viento se levanta a su paso, los perros aúllan y los gatos huyen despavoridos. Algunos dicen que el patrón es una persona viva, un ser incauto que ha tenido la desgracia de toparse con la procesión de la muerte, que al día siguiente no recuerda absolutamente nada, pero a quien puede reconocerse por su extremada delgadez. Después, la palidez se acentuará en el rostro del condenado. Irá perdiendo fuerzas, enfermará y acabará muriendo. A no ser que otra persona sufra la desdicha de toparse con la procesión, en cuyo caso pasaría a sustituir al patrón condenado…
Pese a lo anterior, los detalles y matices que describen a la «Compaña» varían enormemente de una parroquia a otra…
Dani, protagonista de nuestro primer testimonio, procede de una pequeña aldea asturiana, aunque en la actualidad reside en Madrid. Él lidera el Grupo Alpha (www.grupoalpha.org) y nos ofrece un relato asombroso del que le hicieron partícipe su madre y su abuela, cuando ambas vivían en Rubial, un pequeño núcleo de población en la provincia de Lugo, perteneciente a la parroquia de Fonteita.
 
Esta aldea, que en la actualidad apenas cuenta con trece habitantes, se halla en mitad de las montañas, como muchas otras del noroeste español, conformando pequeñas comunidades de personas que se diseminan entre los bosques montañosos y las praderas, y que a causa de las condiciones geográficas permanecen aisladas. Así era, especialmente, en el pasado…

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