martes, 25 de septiembre de 2012

el planeta de la ciencia-ficcion

El Planeta Rojo. El último de los desafíos espaciales del hombre. El lugar que se baraja como un posible sustituto de la Tierra en un futuro, quizá, no tan lejano. El planeta bermejo del que se creía, o al menos se afirmaba sin titubeos, que venían los extraterrestres unos vecinos que solían tener muy malas pulgas...
 
Relato distópico de Philip K. Dick en el que Marte se convertía nada menos que en destino turístico –aunque fuera virtualmente–; Planeta Rojo, de Antony Hoffman o Misión a Marte, de Brian De Palma, se suman a la lista cinematográfica.

Bautizado con el nombre del dios romano de la guerra, Marte ha despertado la imaginación de los astrónomos y de los astrólogos de tiempos pretéritos, y más tarde de escritores de la talla de H. G. Wells, cuyos “monstruos” de La Guerra de los Mundos procedían precisamente de allí. El caso es que hallar vida en Marte, aunque sea a nivel microbacteriano, es una de las prioridades actualmente de la NASA. Pero ese anhelo no es nuevo, aunque en otro tiempo adquiriera visos más de novela de ciencia ficción que de posibilidad puramente científica. Y es que la astronáutica no existía, aunque la imaginación de las personas respecto al espacio no era tan diferente a la nuestra.
 
En 1877, el astrónomo de origen italiano Giovanni Schiaparelli observó con un potente telescopio lo que parecían estructuras rectilíneas que formaban dibujos geométricos y que llevó a especular sobre un posible origen artificial de las mismas, hipótesis que defendería con fervor el rico estadounidense aficionado a la astronomía Percival Lowell, quien llamó a las mismas “canales” que, según sus palabras, habrían sido construidos por antiguas civilizaciones nada menos que para irrigar las planicies del planeta rojo.

Gran parte de la iconografía popular de los “marcianos” como extraterrestres “tipo” proviene de las obras que Lowell escribió sobre los supuestos canales y la civilización avanzada que los habría creado, en libros como Mars (1895), Mars and Its Canals (1906) o Mars as the abode of life (1908); textos visionarios para algunos que inspirarían a autores de la talla de Edgar Rice Burroughs, ­creador de Tarzán, quien comenzó una serie de novelas sobre los habitantes de Marte. Con su nombre se bautizó el cráter Burroughs del planeta rojo.

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