La guerra es el estado y patrimonio naturales del hombre evolutivo; la paz es el metro social que mide el progreso de la civilización. La violencia es la ley de la naturaleza; la hostilidad, la reacción automática de los hijos de la naturaleza; mientras la guerra no es sino esto mismo llevado a una expresión colectiva. Donde y cuando la estructura de la civilización se sobrecarga debido a las complicaciones del progreso de la sociedad, siempre resulta una reversión ruinosa e inmediata a estos primitivos métodos de adaptación violenta de las irritaciones de las interasociaciones humanas.
La guerra es una reacción bestial ante malentendidos e irritaciones; la paz resulta de la solución civilizada de todo problema y dificultad de esta índole.
Pero no podía existir el fenómeno de la guerra hasta tanto no evolucionara la sociedad lo suficiente como para experimentar de hecho períodos de paz y para sancionar el proceder belicoso. El concepto mismo de la guerra implica cierto grado de organización.
Con el surgimiento de las agrupaciones sociales, las irritaciones personales se fueron sumiendo en los sentimientos del grupo, lo cual fomentó la tranquilidad tribal interna, pero a costa de la paz intertribal. Así pues, la paz se disfrutó primero dentro del grupo interno, o tribu, que siempre tenía aversión y odio contra el grupo externo, los forasteros. El hombre primitivo consideraba que derramar sangre foránea era una virtud.
Mas, en un principio, ni siquiera lo susodicho dio resultado. Cuando los caciques primitivos intentaban allanar malentendidos, se veían en la necesidad a menudo de permitir los combates tribales a pedradas por lo menos una vez al año. El clan se dividía en dos grupos que libraban una batalla de sol a sol, sin otro motivo que el puro gusto de hacerlo; la verdad es que les gustaba pelear.
La guerra perdura porque el hombre es humano, evolucionó de un animal, y todos los animales son belicosos. Figuran entre las primitivas causas de guerra:
1. El hambre —que llevó a saqueos de alimentos. La escasez de tierras siempre provocó guerras, y durante estas luchas, las tribus pacíficas primitivas fueron prácticamente exterminadas.
2. La escasez de mujeres —un esfuerzo para aliviar la escasez de ayuda doméstica. El rapto de mujeres siempre ha sido motivo de guerra.
3. La vanidad —el deseo de exhibir valentía tribal. Algunas tribus peleaban para imponer su modo de vida a otros pueblos .
4. Los esclavos —la necesidad de reclutas para los sectores laborales.
5. La venganza era motivo de guerra si una tribu creía que otra tribu vecina había ocasionado la muerte de uno de los suyos. Se seguía guardando luto hasta tanto se trajera una cabeza de vuelta. La guerra de venganza fue aceptable hasta tiempos relativamente recientes.
6. El esparcimiento —los jóvenes de estos tiempos primitivos consideraban la guerra como una forma de diversión. Si no surgía ningún pretexto válido y suficiente para guerrear, y si les agobiaba la paz, las tribus cercanas acostumbraban entablar combates semicordiales, efectuando excursiones de carácter festivo a fin de disfrutar de un simulacro de batalla.
7. La religión —el deseo de hacer conversos al culto. Todas las religiones primitivas sancionaban la guerra. Apenas en los tiempos recientes comenzó la religión a desaprobar la guerra. Los sacerdocios primitivos, desafortunadamente, solían estar aliados con el poder militar. Entre las grandes gestiones pacificadoras que se han logrado a través de las edades figura el esfuerzo para separar la iglesia del estado.
Estas tribus antiguas siempre libraban guerras a instancias de sus dioses o por orden de sus caciques o curanderos. Los hebreos creían en un «Dios de las batallas»; y la narración de la invasión de los madianitas es un relato típico de la atroz crueldad de las guerras tribales antiguas; dicho asalto, en el cual se hizo una matanza de todos los varones y, posteriormente, de todos los niños varones y mujeres que no eran vírgenes, no habría sido desmerecedor de las costumbres de un cacique tribal de doscientos mil años antes. Y todo lo referido se ejecutaba en el «nombre del Señor Dios de Israel».
Ésta es la narración de la evolución de la sociedad —la resolución natural de los problemas de las razas— el hombre forjando su propio destino en la tierra.
La compasión castrense ha tardado en llegar al género humano. Incluso cuando una mujer, Débora, regía a los hebreos, persistió la misma crueldad en gran escala.
Las guerras primitivas se peleaban entre las tribus completas; pero en épocas posteriores, al trabar una disputa dos individuos de tribus diferentes, en vez de que lucharan las dos tribus, los dos disputadores se batían en duelo. También llegó a ser costumbre que dos ejércitos se lo jugaran todo según el resultado de una contienda entre representantes seleccionados de cada lado, tal como fue el caso de David y Goliat.
El primer refinamiento de la guerra fue la toma de prisioneros. A continuación, se eximió a las mujeres de las hostilidades, y luego vino el reconocimiento de los no combatientes. No tardaron en desarrollarse castas castrenses y ejércitos permanentes para mantenerse a tono con la creciente complejidad del combate. Pronto se les prohibió a estos guerreros asociarse con mujeres, y hace mucho tiempo que las mujeres cesaron de luchar, si bien vienen alimentando y cuidando a los soldados e instándoles a batallar.
La práctica de declarar la guerra representó gran progreso. Estas declaraciones de una intención de guerrear simbolizaron la llegada de un sentido de justicia, seguido por el desarrollo gradual de los reglamentos de la guerra «civilizada». Muy pronto se hizo costumbre no combatir cerca de sitios religiosos y, aún más adelante, no combatir en ciertos días sagrados. Luego vino el reconocimiento general del derecho de asilo; los fugitivos políticos recibieron protección.
De este modo evolucionó paulatinamente la guerra, de la caza primitiva al hombre hasta el sistema un tanto más ordenado de las naciones «civilizadas» de épocas posteriores. Pero una actitud social cordial tarda mucho tiempo en desplazar la actitud hostil.
La guerra es una reacción bestial ante malentendidos e irritaciones; la paz resulta de la solución civilizada de todo problema y dificultad de esta índole.
Pero no podía existir el fenómeno de la guerra hasta tanto no evolucionara la sociedad lo suficiente como para experimentar de hecho períodos de paz y para sancionar el proceder belicoso. El concepto mismo de la guerra implica cierto grado de organización.
Con el surgimiento de las agrupaciones sociales, las irritaciones personales se fueron sumiendo en los sentimientos del grupo, lo cual fomentó la tranquilidad tribal interna, pero a costa de la paz intertribal. Así pues, la paz se disfrutó primero dentro del grupo interno, o tribu, que siempre tenía aversión y odio contra el grupo externo, los forasteros. El hombre primitivo consideraba que derramar sangre foránea era una virtud.
Mas, en un principio, ni siquiera lo susodicho dio resultado. Cuando los caciques primitivos intentaban allanar malentendidos, se veían en la necesidad a menudo de permitir los combates tribales a pedradas por lo menos una vez al año. El clan se dividía en dos grupos que libraban una batalla de sol a sol, sin otro motivo que el puro gusto de hacerlo; la verdad es que les gustaba pelear.
La guerra perdura porque el hombre es humano, evolucionó de un animal, y todos los animales son belicosos. Figuran entre las primitivas causas de guerra:
1. El hambre —que llevó a saqueos de alimentos. La escasez de tierras siempre provocó guerras, y durante estas luchas, las tribus pacíficas primitivas fueron prácticamente exterminadas.
2. La escasez de mujeres —un esfuerzo para aliviar la escasez de ayuda doméstica. El rapto de mujeres siempre ha sido motivo de guerra.
3. La vanidad —el deseo de exhibir valentía tribal. Algunas tribus peleaban para imponer su modo de vida a otros pueblos .
4. Los esclavos —la necesidad de reclutas para los sectores laborales.
5. La venganza era motivo de guerra si una tribu creía que otra tribu vecina había ocasionado la muerte de uno de los suyos. Se seguía guardando luto hasta tanto se trajera una cabeza de vuelta. La guerra de venganza fue aceptable hasta tiempos relativamente recientes.
6. El esparcimiento —los jóvenes de estos tiempos primitivos consideraban la guerra como una forma de diversión. Si no surgía ningún pretexto válido y suficiente para guerrear, y si les agobiaba la paz, las tribus cercanas acostumbraban entablar combates semicordiales, efectuando excursiones de carácter festivo a fin de disfrutar de un simulacro de batalla.
7. La religión —el deseo de hacer conversos al culto. Todas las religiones primitivas sancionaban la guerra. Apenas en los tiempos recientes comenzó la religión a desaprobar la guerra. Los sacerdocios primitivos, desafortunadamente, solían estar aliados con el poder militar. Entre las grandes gestiones pacificadoras que se han logrado a través de las edades figura el esfuerzo para separar la iglesia del estado.
Estas tribus antiguas siempre libraban guerras a instancias de sus dioses o por orden de sus caciques o curanderos. Los hebreos creían en un «Dios de las batallas»; y la narración de la invasión de los madianitas es un relato típico de la atroz crueldad de las guerras tribales antiguas; dicho asalto, en el cual se hizo una matanza de todos los varones y, posteriormente, de todos los niños varones y mujeres que no eran vírgenes, no habría sido desmerecedor de las costumbres de un cacique tribal de doscientos mil años antes. Y todo lo referido se ejecutaba en el «nombre del Señor Dios de Israel».
Ésta es la narración de la evolución de la sociedad —la resolución natural de los problemas de las razas— el hombre forjando su propio destino en la tierra.
La compasión castrense ha tardado en llegar al género humano. Incluso cuando una mujer, Débora, regía a los hebreos, persistió la misma crueldad en gran escala.
Las guerras primitivas se peleaban entre las tribus completas; pero en épocas posteriores, al trabar una disputa dos individuos de tribus diferentes, en vez de que lucharan las dos tribus, los dos disputadores se batían en duelo. También llegó a ser costumbre que dos ejércitos se lo jugaran todo según el resultado de una contienda entre representantes seleccionados de cada lado, tal como fue el caso de David y Goliat.
El primer refinamiento de la guerra fue la toma de prisioneros. A continuación, se eximió a las mujeres de las hostilidades, y luego vino el reconocimiento de los no combatientes. No tardaron en desarrollarse castas castrenses y ejércitos permanentes para mantenerse a tono con la creciente complejidad del combate. Pronto se les prohibió a estos guerreros asociarse con mujeres, y hace mucho tiempo que las mujeres cesaron de luchar, si bien vienen alimentando y cuidando a los soldados e instándoles a batallar.
La práctica de declarar la guerra representó gran progreso. Estas declaraciones de una intención de guerrear simbolizaron la llegada de un sentido de justicia, seguido por el desarrollo gradual de los reglamentos de la guerra «civilizada». Muy pronto se hizo costumbre no combatir cerca de sitios religiosos y, aún más adelante, no combatir en ciertos días sagrados. Luego vino el reconocimiento general del derecho de asilo; los fugitivos políticos recibieron protección.
De este modo evolucionó paulatinamente la guerra, de la caza primitiva al hombre hasta el sistema un tanto más ordenado de las naciones «civilizadas» de épocas posteriores. Pero una actitud social cordial tarda mucho tiempo en desplazar la actitud hostil.
EL VALOR SOCIAL DE LA GUERRA
En épocas pasadas una guerra enconada instituía cambios sociales y facilitaba la adopción de nuevas ideas, cosa que no se hubiera producido en forma natural en diez mil años. El precio terrible que hubo que pagar por estas ciertas ventajas traídas por las guerras, fue que la sociedad fue arrojada temporalmente de vuelta al salvajismo; la razón civilizada tuvo que abdicar. La guerra es potente medicina, muy costosa y peligrosísima; aunque sirve a menudo para curar ciertos males sociales, algunas veces mata al paciente: destruye la sociedad.
La necesidad constante de la defensa nacional produce muchas adaptaciones sociales nuevas y avanzadas. La sociedad, hoy por día, goza del beneficio de numerosas innovaciones útiles que, originalmente, eran totalmente militares, e incluso le debe a la guerra la danza, cuya forma primitiva fue un ejercicio militar.
La guerra ha tenido valor social para las civilizaciones pasadas por cuanto:
1. Imponía disciplina, exigía cooperación.
2. Premiaba la entereza y la valentía.
3. Fomentaba y solidificaba el nacionalismo.
4. Destruía los pueblos débiles y no aptos.
5. Disolvía la ilusión de la igualdad primitiva y estratificaba selectivamente la sociedad.
La guerra ha tenido cierto valor selectivo y evolutivo pero, como la esclavitud, debe abandonarse en algún momento a medida que avanza poco a poco la sociedad. Las guerras antiguas promovieron los viajes y los intercambios culturales; ahora sirven mejor para estos fines los métodos modernos de transporte y comunicación. Las guerras antiguas fortalecieron las naciones, pero las luchas modernas trastornan la cultura civilizada. La guerra antigua resultó en el diezmar de las gentes inferiores; el resultado neto del conflicto moderno es la destrucción selectiva de las mejores cepas humanas. Las guerras primitivas promovieron la organización y la eficiencia, pero ahora éstas han llegado a ser el objetivo de la industria moderna. En edades pasadas la guerra fue un fermento social que impulsó la civilización hacia adelante; dicho resultado hoy día se logra mejor mediante la ambición y la invención. La guerra antigua respaldaba el concepto de un Dios de las batallas, pero al hombre moderno se le ha dicho que Dios es amor. La guerra ha servido para muchos objetivos valiosos en el pasado, ha sido un andamiaje indispensable en la edificación de la civilización, pero va quedando en la bancarrota cultural a paso acelerado —incapaz de producir dividendos de beneficio social de alguna forma proporcionales a las cuantiosas pérdidas que resultan de su invocación.
En épocas pasadas los médicos creían en la sangría como cura de muchas enfermedades; pero posteriormente descubrieron mejores remedios para la mayoría de estas dolencias. De igual manera, el derramamiento de sangre internacional de la guerra, indudablemente, ha de ceder el paso al descubrimiento de mejores métodos de curar los males de las naciones.
Las naciones de Urantia ya han entablado la gigantesca lucha entre el militarismo nacionalista y el industrialismo, y en muchos aspectos, este conflicto es análogo a la lucha secular entre el pastor-cazador y el labriego. Pero si el industrialismo ha de triunfar sobre el militarismo, tiene que evitar los peligros que lo acechan. Los peligros de la industria incipiente en Urantia son:
1. La fuerte tendencia al materialismo, la ceguera espiritual.
2. El culto al poder de las riquezas, la deformación de los valores.
3. Los vicios del lujo, la inmadurez cultural.
4. Los cada vez mayores peligros de la indolencia, la insensibilidad al servicio.
5. El desarrollo de una indeseable debilidad racial, el deterioro biológico.
6. La amenaza de la esclavitud industrial generalizada, el estancamiento de la personalidad. El trabajo ennoblece pero la monotonía entorpece.
El militarismo es autocrático y cruel —salvaje. Promueve la organización social entre los conquistadores pero desintegra a los vencidos. El industrialismo es más civilizado y debe llevarse a efecto de tal modo que promueva la iniciativa y fomente el individualismo. La sociedad debe, en todo lo posible, fomentar la originalidad.
No cometáis el error de glorificar la guerra; más bien, discernid lo que ha beneficiado a la sociedad a fin de poder visualizar con más precisión lo que las alternativas deben ofrecer para continuar el progreso de la civilización. Y si no se ofrecen tales alternativas adecuadas, entonces no dudéis que las guerras continuarán durante mucho más tiempo.
El hombre nunca aceptará la paz como modo normal de vida hasta tanto no se haya convencido cabal y reiteradamente de que la paz le conviene más para su bienestar material, y hasta que la sociedad, juiciosamente, no haya ofrecido alternativas pacíficas para la satisfacción de aquella tendencia inherente a descargar periódicamente el impulso colectivo que sirve para liberar aquellas emociones y energías, que se acumulan constantemente, y que pertenecen a las reacciones de la autopreservación de la especie humana.
Pero aunque sea de paso, se le debe rendir honores a la guerra en su calidad de escuela de experiencia, que constriñó a una raza de arrogantes individualistas a someterse a una autoridad sobremanera concentrada —a un ejecutivo supremo. La guerra a la antigua seleccionaba para el liderazco a hombres de grandeza innata; la guerra moderna, sin embargo, ya no hace otro tanto. Para descubrir a sus líderes, la sociedad actual debe recurrir a las conquistas de la paz: la industria, la ciencia y el logro social.
En épocas pasadas una guerra enconada instituía cambios sociales y facilitaba la adopción de nuevas ideas, cosa que no se hubiera producido en forma natural en diez mil años. El precio terrible que hubo que pagar por estas ciertas ventajas traídas por las guerras, fue que la sociedad fue arrojada temporalmente de vuelta al salvajismo; la razón civilizada tuvo que abdicar. La guerra es potente medicina, muy costosa y peligrosísima; aunque sirve a menudo para curar ciertos males sociales, algunas veces mata al paciente: destruye la sociedad.
La necesidad constante de la defensa nacional produce muchas adaptaciones sociales nuevas y avanzadas. La sociedad, hoy por día, goza del beneficio de numerosas innovaciones útiles que, originalmente, eran totalmente militares, e incluso le debe a la guerra la danza, cuya forma primitiva fue un ejercicio militar.
La guerra ha tenido valor social para las civilizaciones pasadas por cuanto:
1. Imponía disciplina, exigía cooperación.
2. Premiaba la entereza y la valentía.
3. Fomentaba y solidificaba el nacionalismo.
4. Destruía los pueblos débiles y no aptos.
5. Disolvía la ilusión de la igualdad primitiva y estratificaba selectivamente la sociedad.
La guerra ha tenido cierto valor selectivo y evolutivo pero, como la esclavitud, debe abandonarse en algún momento a medida que avanza poco a poco la sociedad. Las guerras antiguas promovieron los viajes y los intercambios culturales; ahora sirven mejor para estos fines los métodos modernos de transporte y comunicación. Las guerras antiguas fortalecieron las naciones, pero las luchas modernas trastornan la cultura civilizada. La guerra antigua resultó en el diezmar de las gentes inferiores; el resultado neto del conflicto moderno es la destrucción selectiva de las mejores cepas humanas. Las guerras primitivas promovieron la organización y la eficiencia, pero ahora éstas han llegado a ser el objetivo de la industria moderna. En edades pasadas la guerra fue un fermento social que impulsó la civilización hacia adelante; dicho resultado hoy día se logra mejor mediante la ambición y la invención. La guerra antigua respaldaba el concepto de un Dios de las batallas, pero al hombre moderno se le ha dicho que Dios es amor. La guerra ha servido para muchos objetivos valiosos en el pasado, ha sido un andamiaje indispensable en la edificación de la civilización, pero va quedando en la bancarrota cultural a paso acelerado —incapaz de producir dividendos de beneficio social de alguna forma proporcionales a las cuantiosas pérdidas que resultan de su invocación.
En épocas pasadas los médicos creían en la sangría como cura de muchas enfermedades; pero posteriormente descubrieron mejores remedios para la mayoría de estas dolencias. De igual manera, el derramamiento de sangre internacional de la guerra, indudablemente, ha de ceder el paso al descubrimiento de mejores métodos de curar los males de las naciones.
Las naciones de Urantia ya han entablado la gigantesca lucha entre el militarismo nacionalista y el industrialismo, y en muchos aspectos, este conflicto es análogo a la lucha secular entre el pastor-cazador y el labriego. Pero si el industrialismo ha de triunfar sobre el militarismo, tiene que evitar los peligros que lo acechan. Los peligros de la industria incipiente en Urantia son:
1. La fuerte tendencia al materialismo, la ceguera espiritual.
2. El culto al poder de las riquezas, la deformación de los valores.
3. Los vicios del lujo, la inmadurez cultural.
4. Los cada vez mayores peligros de la indolencia, la insensibilidad al servicio.
5. El desarrollo de una indeseable debilidad racial, el deterioro biológico.
6. La amenaza de la esclavitud industrial generalizada, el estancamiento de la personalidad. El trabajo ennoblece pero la monotonía entorpece.
El militarismo es autocrático y cruel —salvaje. Promueve la organización social entre los conquistadores pero desintegra a los vencidos. El industrialismo es más civilizado y debe llevarse a efecto de tal modo que promueva la iniciativa y fomente el individualismo. La sociedad debe, en todo lo posible, fomentar la originalidad.
No cometáis el error de glorificar la guerra; más bien, discernid lo que ha beneficiado a la sociedad a fin de poder visualizar con más precisión lo que las alternativas deben ofrecer para continuar el progreso de la civilización. Y si no se ofrecen tales alternativas adecuadas, entonces no dudéis que las guerras continuarán durante mucho más tiempo.
El hombre nunca aceptará la paz como modo normal de vida hasta tanto no se haya convencido cabal y reiteradamente de que la paz le conviene más para su bienestar material, y hasta que la sociedad, juiciosamente, no haya ofrecido alternativas pacíficas para la satisfacción de aquella tendencia inherente a descargar periódicamente el impulso colectivo que sirve para liberar aquellas emociones y energías, que se acumulan constantemente, y que pertenecen a las reacciones de la autopreservación de la especie humana.
Pero aunque sea de paso, se le debe rendir honores a la guerra en su calidad de escuela de experiencia, que constriñó a una raza de arrogantes individualistas a someterse a una autoridad sobremanera concentrada —a un ejecutivo supremo. La guerra a la antigua seleccionaba para el liderazco a hombres de grandeza innata; la guerra moderna, sin embargo, ya no hace otro tanto. Para descubrir a sus líderes, la sociedad actual debe recurrir a las conquistas de la paz: la industria, la ciencia y el logro social.
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