La noticia de la erupción del volcán Eyjafjöll, situado en Islandia, cuya inmensa nube de ceniza bloqueó totalmente el espacio aéreo sobre el Viejo Continente, es de hace pocas semanas. Los noticieros de todo el mundo entrevistaron a impacientes viajeros en los aeropuertos europeos o a otros que se vieron obligados a utilizar el tren para desplazarse.
No todos aquellos viajeros, distraídos y agitados, se detuvieron a pensar en los inmensos riesgos de una erupción volcánica de enorme escala, la cual podría alterar el clima de la Tierra por largos años e incluso poner en riesgo la existencia misma de nuestra especie.
La erupción más destructiva de la Historia fue la del Tambora, ubicado en la isla de Sumbawa, en Indonesia. El volcán explotó en abril de 1815 expeliendo unos 160 kilómetros cubos de residuos en la atmósfera. Se estima que alrededor de 12.000 personas murieron directamente a causa de la erupción, mientras que en total fueron 71.000 víctimas, por motivo de la falta de alimento provocada justo por la recaída masiva de cenizas volcánicas en los campos, hasta 1300 kilómetros de distancia del volcán. La montaña, de 4300 metros de altura sobre el nivel del mar antes de la explosión, cambió completamente, ya que ahora está a sólo 2851 metros sobre el nivel del mar.La terrible erupción volcánica del Tambora y la consiguiente expulsión en la atmósfera de enormes cantidades de ceniza causaron, junto a un período de mínima actividad solar, la disminución de aproximadamente medio grado de la temperatura global, suficiente para hacer que el año sucesivo, el 1816, fuera recordado como el año sin verano, uno de los más fríos y difíciles de los últimos siglos.
Especialmente en Norteamérica, pero también en Europa y en China, las temperaturas bajaron y un estrato de niebla persistente no permitió a los rayos solares calentar suficientemente la Tierra. También el invierno posterior se caracterizó por temperaturas en extremo bajas (en Nueva York se registraron -32 grados Celsius). Dos años de cosechas escasas hicieron que la economía mundial entrara en caos y se estima que unas 200.000 personas murieron de hambre solamente en Europa.
No obstante, la catástrofe más grande de la historia del Homo Sapiens acaeció hace 70 milenios, con la explosión de un enorme volcán que se encontraba en el actual lago Toba, en la isla que hoy llamamos Sumatra.
Las pruebas de un cataclismo tal son tanto geológicas (el análisis profundo de la caldera de Toba y también varios sondeos geotécnicos del hielo de Groenlandia), como genéticas (estudiando los genes humanos se llegó a la conclusión de que toda la población actual del planeta proviene de un grupo restringido de humanos que vivió justo hace 70 milenios).
Según el estudioso A. J. Coale y otros eminentes científicos de genética aplicada a la antropología y de migraciones humanas como el italiano Luigi Luca Cavalli Sforza, se puede afirmar que la población humana hace 10 milenios era de alrededor 30.000 individuos (20.000 Homo Sapiens y 10.000 entre Erectus, Neandertal y Floresiensis).
Hace justo unos cien milenios empezó la lenta expansión de los Homines Sapientes, que los llevó, en aproximadamente 60.000 años, a colonizar todo el planeta (¿excluida la Antártida?). Además de la expansión africana que hizo que la lengua primigenia se dividiera en las cuatro arcaicas familias lingüísticas africanas (Nigero-cordofana, Nilo-Sahariana, Koisan y la lengua de los Pigmeos), algunos grupos de Sapiens salieron de África, probablemente a través del actual estrecho de Adén (que en ese entonces estaba unido a Arabia, puesto que en plena era glacial el nivel de los mares era unos 120 metros más bajo respecto al actual), para dirigirse luego hacia Asia meridional.
El eminente estudioso de demografía antigua A. J. Coale también afirma que la población humana hace 70.000 años era de aproximadamente 60.000 individuos. Pero, ¿cómo estaban distribuidos en el planeta?
Con seguridad, una buena parte, digamos un 40% (24.000), había permanecido en África, mientras que el restante 59% (unos 35.000 individuos) se encontraba entre: Arabia, Medio Oriente, India, Indochina, Cina y la actual Indonesia. Según la arqueóloga Niède Guidon, un restringido grupo de Homo Sapiens se encontraba en el actual Brasil y provenía directamente de África (se estima que pudieron haber sido no más de 600, o bien, el 1 % de la humanidad de aquel entonces).
Hay que recordar que, hace también 70 milenios, el Homo Sapiens no había llegado a China (sus restos más antiguos se remontan a 67 milenios atrás) y tampoco a Australia (50 milenios) o a Europa y Norteamérica (a donde llegó sólo hace 40 milenios).
Sin embargo, en la zona del mundo que hoy llamamos China, ya estaba el Homo Erectus y un primo lejano suyo, de características pequeñas, el Homo Floresiensis, que se encontraba en la isla que hoy denominamos Flores.
Según los últimos estudios de geología, se pudo llegar a la conclusión de que justamente hace 70 milenios, el volcán que se encontraba en el actual lago Toba (en la isla de Sumatra), explotó impetuosamente (hasta una gigatonelada de TNT de potencia). Fue una de las catástrofes más grandes de la Historia de la Tierra (la que causó la extinción de los dinosaurios, hace 65 millones de años, fue, sin embargo, mucho más destructiva) y, ciertamente, fue la más grande de la Historia del hombre.
Durante la explosión, aproximadamente cien millones de toneladas de ácido sulfúrico fueron expulsadas en la atmósfera y recayeron luego en el planeta, destruyendo las plantas.
Se calcula que una inmensa nube cinérea recubrió todo el globo durante aproximadamente 6 años, impidiendo que los rayos solares lo calentaran.
La temperatura promedio de la Tierra, que se encontraba ya en plena era glacial, disminuyó unos 15 grados Celsius en los 3 años sucesivos a la explosión.
La recaída de las cenizas fue también destructiva para las plantas y los animales: se calcula que en ciertas partes de la India un estrato de 6 metros de ceniza recubrió el suelo.
Eminentes genetistas como Lynn Jorde y Henry Harpending sostuvieron que la población mundial se redujo a no más de 5000 personas (otros estudiosos propusieron que incluso los sobrevivientes no fueron más de 1000 en todo el planeta).
¿Cómo fue posible que el Homo Floresiensis, quien se encontraba en Flores, isla no muy lejana de Sumatra, y que el Homo Erectus Soloensis, que se hallaba en Java, sobrevivieran a tal catástrofe? Probablemente, su reducida estatura y sus características físicas pequeñas sugieren que pudieron haberse escondido en grietas y cavernas. Con seguridad necesitaban de un bajo número de calorías para sobrevivir y quizá se alimentaron de pequeños roedores durante años, hasta que lograron, una vez que la situación climática mejoró, volver a vivir de caza y de cosecha.
La mayoría de los Sapiens y de los Erectus (estos últimos se encontraban en la actual China), no logró sobrevivir al cataclismo. La reducción de la temperatura causó un temible efecto en cadena, pues la muerte de muchos árboles de fruta, además de muchos animales, fue la causa indirecta de la muerte del 90 % de los seres humanos.
Sólo sobrevivieron 5-6000, principalmente en África, en el Medio Oriente y en la India, y, poco a poco, retomaron el lento camino de la colonización del planeta.
¿Qué sería de la humanidad actual si aconteciera una catástrofe de tales dimensiones? Además de las personas que morirían directamente luego del desastre, una disminución de 15 grados Celsius de la temperatura mundial causaría terribles crisis alimentarias, con consiguientes carestías, que provocarían, a su vez, epidemias. Tal vez se desencadenarían guerras e insurrecciones con el fin de dominar tierras aún aptas para la agricultura.
La catástrofe de Toba debería hacernos reflexionar, con el propósito de cambiar nuestro comportamiento en el planeta y respetar a la Madre Tierra. Es cierto que las erupciones son naturales y que no podemos hacer nada para impedirlas, pero podemos transformar nuestro modo de vivir de manera que no contaminemos el ambiente, evitando así un cambio climático que podría resultar desastroso para la especie humana.
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