Fue una de las batallas más tremendas y decisivas libradas por los antiguos griegos, y en ella también se jugó la suerte de la civilización occidental como la conocemos. Todo el mundo ha oído hablar de Salamina y, sin embargo, ¿quién recuerda Himera? Esa batalla tuvo lugar, según Heródoto (Libro VII), el mismo día que la de Salamina, durante la última semana de septiembre del 480 antes de Cristo, si bien en tierra y muy lejos hacia el oeste.
El combate tuvo algo de guerra de Troya, pero al revés: los griegos asediados, que al principio llevaban la peor parte, hasta el punto de que tapiaron las puertas de la ciudad y asaltaron con un ardid -haciéndose pasar por caballería enemiga- el campamento en la playa de los atacantes cartagineses incendiando sus naves varadas. La contienda prosiguió en la llanura entre la playa y la ciudad, donde el campo de batalla ha sido ahora localizado.
De la ferocidad de la lucha -"fue grande la carnicería", escribe Diodoro Sículo- nos da fe el descubrimiento de los enterramientos de los guerreros griegos caídos en la batalla. Los arqueólogos han hallado incluso varias sepulturas colectivas, verdaderas fosas comunes, con los soldados alineados en una última y espectral revista y todos con heridas escalofriantes, en las que se escucha el eco metálico de la guerra antigua con toda su ferocidad. Desde el punto de vista científico pueden representar la mayor fuente de información sobre cómo luchaban y morían los griegos.
Vassallo señala que los guerreros griegos de las fosas comunes yacen todos en posición dorsal, son hombres de edades entre los 25 y los 30 años y presentan traumatismos violentos debidos a heridas de armas de tajo o lanza. Muchos conservan trozos del arma que les causó la muerte: puntas de flecha o de lanza que penetraron tan profundamente que no se pudieron extraer del cuerpo.
Himera tiene un epílogo amargo. Si bien los griegos pararon definitivamente a los persas en las guerras médicas, los cartagineses volvieron 70 años después y la revancha fue completa. En la segunda batalla de Himera (409 antes de Cristo), el nieto de Amílcar, Aníbal (otro, no el terror de los romanos), venció a los griegos y arrasó la ciudad. Himera no volvió a ser ocupada. "Fue una vendetta tremenda", asegura Vassallo. También de esta notable batalla se han excavado otras dos fosas comunes, una con 59 cadáveres. Vassallo cree que otra fosa con centenares de esqueletos muy desordenados podría albergar los restos de las víctimas de la masacre de civiles ordenada por Aníbal tras la toma de la ciudad para apaciguar el fantasma de su abuelo
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